Ella era...

La última vez que la vi, ella ya no me reconoció, su expresión transmitía verdadero espanto, parecía una niña asustada, sin embargo su rostro estaba lleno de arrugas, sus ojos estaban cansados y su cuerpo era delgado y frágil, pensó seguramente que yo era un fantasma o algo así, en su mundo de ensueño en el que ahora vivía ya no había mucho espacio para los recuerdos, o tal vez sólo vivía de ellos.

Su actitud me hizo sorprenderme y recordarla unos años atrás con el vigor y la lucidez que la caracterizaban, muchos habrían dicho que ella era una mujer dura pero a  pesar de su dureza siempre tuvo un dulce corazón para compartir conmigo, compartía postres deliciosos y relatos sorprendentes que siempre se daba gusto de repetirme en cada ocasión disponible, sus memorias y vivencias siempre parecían ser cuentos que aderezaba mostrándome  los objetos que la ligaban con esas experiencias, lo mismo platos, copas y artesanías, que  collares, camafeos y pulseras que no dudaba en desempolvar con el mínimo pretexto, lo mismo ocurría con todas esas fotos en blanco y negro que guardaba celosamente en una cajita de madera.

En su juventud fue muy bella, su piel morena, su mirada profunda, su elegancia natural y su inigualable personalidad fueron lo que terminó por cautivar a ese chico alto de cara redonda que terminó por convertirse en mi abuelo, los años, las enfermedades y las preocupaciones terminaron por transformar su rostro y su vida, la fueron haciendo un poco más dura, un poco más fría, pero para mí siempre fue la cálida abuelita que me cargó en sus brazos, que me preparó jugos de jitomate para nutrir mi organismo y me dio a comer hígado encebollado porque yo estaba muy flaca, aquella mujer que me pedía dibujara mi mano en un papel con cada año que pasaba y que de repente así, con el pasar del tiempo ya no me pudo detener en los trazos de una hoja.

Ella era mi abuelita, una mujer con una sorprendente fuerza, una fe inquebrantable y una dulzura, que tal vez, no todos tuvieron el gusto de conocer.


Monica Guadalupe Sánchez Arellano.

Comentarios