El reino de las aves

          Salimos muy de mañana, sólo se lleva una pequeña bolsa con lo más elemental, no se puede cargar de más, en parte porque es una regla para emprender este viaje y en parte porque resultaría imposible ir cargando montones de bolsas que caminando, lo único que harían sería entorpecer nuestros pasos, se supone que en el camino encontrarás de todo para ser autosuficiente en tu propio viaje, aprendes a sobrevivir y te arriesgas; a decir verdad nadie en el último siglo ha regresado vivo, muchos dicen que pareciera algo así, como un viaje suicida,  que no es para cobardes, yo no diría que soy muy valiente pero la idea de éste viaje siempre ha estado adherida en mi mente desde que tengo uso de razón, desde que veía a las aves volar.
            En mi cultura se dice, que el reino de las aves, no tiene comparación, es un todo indescriptible para nosotros los terrenales, es la libertad, es la sabiduría, son las respuestas...
            Yo, constantemente he querido saber, el porqué de las cosas de esta vida, así que no es de extrañar que ahora me encuentre en este camino.
            El viaje es largo, los primeros días siempre son los más fáciles, pero conforme te apartas de las zonas más pobladas, todo se vuelve impredecible, el camino es muy cambiante, hay hermosos parajes donde descansar y en ocasiones, tan sólo un desierto árido y duro, el camino se vuelve más escarpado, siempre ascendente y en él no es difícil encontrar restos de antiguos caminantes que pasaron por ahí, que incluso se quedaron para siempre ahí.
            Mi madre y una amiga son las únicas que me acompañan, nos la hemos arreglado muy bien juntas, pareciéramos un buen equipo de supervivencia, cada una tiene habilidades diferentes que nos fortalecen en conjunto. Ayer mi amiga me contó, que su madre antes de morir le dijo que sólo "los que tienen alas", pueden llegar hasta la cima, confiemos en que sólo sea un cuento, porque hasta ahora no hay rastros de alas en mi espalda, bueno en ningún lado a decir verdad.
            Ya llevamos demasiados días de estar caminando, más de los que puedo  recordar, sinceramente he perdido la cuenta,  el sol es nuestro único guía, siempre aprovechamos al máximo su luz, nos levantamos con él y nos acostamos cuando se oculta, de alguna forma nos acompaña y marca nuestros tiempos, el sendero ahora es muy sinuoso, curva tras curva es cada vez más difícil ver lo que viene; siempre voy al medio en nuestra caminata, mi mamá a la izquierda y mi amiga a la derecha.
            De repente tras una curva vemos lo que menos nos esperamos, hombres ataviados de negro de pies a cabeza, mi cultura los llama "cuervos", no se sabe si son buenos o malos pero para nosotros el negro es el símbolo del inframundo, todos ellos rodean un viejo auto negro, al parecer intentan repararlo, no hay para donde correr, aún no nos han visto, tratamos de caminar despacio, sin hacer ruido, no podemos hacer ruido, no podemos regresar, una vez iniciado el viaje no se puede retroceder ni un sólo paso, se puede parar pero jamás retroceder, lo dicen bien las escrituras, paramos, mi respiración es entrecortada, nos agarramos de las manos, no sabemos qué puede pasar, sólo rezamos para que no volteen.
            –Que no nos vean por favor,– pido suplicante.
           De manera súbita uno de ellos gira la cabeza y nos descubre, no puede ser, sus ojos son tan hermosos pero no puedo ver nada en ellos, no sé cuáles son sus intenciones, inesperadamente siento un jalón hacia arriba en la mano derecha con la que sostengo a mi amiga, no puedo creerlo, es extraordinario, ella está volando –¿como lo hace?–mágicamente, mis pies se empiezan a despegar de la Tierra, me estoy elevando–¿cómo puede ser esto posible?–mi mamá me suelta la mano, yo trato de agarrarme con fuerza de ella de jalarla, elevarla, es imposible, no puedo hacerlo, no quiero dejarla pero ella me suelta, me dice adiós con la mano, su mirada es calmada, sonríe, me sigo elevando cada vez más  y alcanzó a percibir a lo lejos, que los hombres parecen acercarse a mi madre, eso es lo único que mis ojos pueden ver, no puedo contener las lágrimas, no sé qué será de ella, "los cuervos"–¿son buenos o son malos?–no lo sé, trato de reprimir los pensamientos que agobian mi mente, mientras tanto, seguimos elevándonos y así sorprendentemente, nos vemos rodeadas de aves en pleno atardecer, es una sensación maravillosa, sigo a mi amiga, ella va adelante con gran tranquilidad, ni siquiera parece estar sorprendida de ser una de " los que tienen alas", sinceramente, yo aún no puedo creerlo, estoy asombrada, no sé como nunca me di cuenta de que podía volar, inesperadamente ante nosotras se alza una entrada gigantesca a lo que parece ser un castillo antiguo y monumental en el centro de un isla, por cuya puerta todas las aves entran, nos acercamos y ponemos nuestros pies en suelo firme, todo es muy gris, cruzamos la entrada y caminamos por un largo y ancho corredor, parece no haber vida, todo es tan callado, nuestros ojos tratan de acostumbrarse a la luz y entonces, descubrimos que a los lados de todo ese pasillo hay jaulas grandes y espaciosas, pero al fin jaulas, que encierran todo tipo de aves, guacamayas, águilas, quetzales, halcones, garzas, petirrojos, incluso pequeños colibríes.
            - Esto no puede ser –¿esto es todo?–digo con fuerza.
            Enseguida doy vuelta  a la derecha en otro corredor, más y más jaulas con hermosas aves en su interior, todas reposan tranquilas como conformes con este encierro, no me explico por qué si vuelan tan libres, deciden al caer la tarde recluirse automáticamente en esta prisión, no entiendo que es esto.
            –¿Esto es el reino de las aves?
            Mi amiga y yo seguimos recorriendo el recinto, nos dividimos en busca de alguien o algo que nos explique, que nos guíe, sin embargo todo este inmenso castillo parece estar vacío, damos vueltas, recorremos cada corredor y pasillo cada espacio, buscando en ellos, la libertad, la sabiduría, las respuestas...
             Todo sucede tan rápido, atravesamos todo el lugar y salimos del otro lado, puedo ver el sol que brinda sus últimos rayos de luz­­, estoy tan consternada, en realidad no entiendo nada, llegué aquí con la esperanza de acallar mis preguntas, mis dudas, pero sólo encontré más de ellas, no puedo creerlo.
            Quiero regresar a donde dejé a mi madre, a donde huí por el temor de enfrentarme a lo desconocido, estoy lista para acompañar a los que pueda acompañar.
            ­– Tú, ¿estás lista amiga?
Monica Guadalupe Sánchez Arellano



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